viernes, 23 de septiembre de 2011
Cena de despedida
L@s alumn@s bolivia@os nos han homenajeado con una cena maravillosa que ellos mismos han preparado con mucho esmero. Estuvieron toda una tarde cocinando una deliciosa lasaña y por la noche nos recibieron a todo el grupo de españoles con un afectuoso aplauso.
Todo fue muy lindo: la primorosa decoración de las mesas, las palabras de agradecimiento que nunca vamos a olvidar, ellos estaban muy guapos, la música boliviana (las morenadas) que nos enseñaron a bailar....y esas abiertas sonrisas que no abandonaron ni por un momento.
Nos dimos abrazos de agradecimiento mútuo, porque al final todos hemos aprendido de todos.
(La última semana , los españoles acudieron también a las clases para contar los casos clínicos de los pacientes que posteriormente los bolivianos continuarán tratando. De este modo hemos tenido la ocasión de compartir diagnósticos y diseñar juntos tratamientos. Ha sido muy interensante)
Lo pasamos en grande juntos y en las fotos se puede ver que hemos formado un grupo de
españoles /bolivianos o bolivianos/ españoles unidos por las ganas de ayudar a que la medicina china sea una forma de aliviar a personas que lo necesitan.
Gracias amig@s. No os vamos a olvidar.
sábado, 10 de septiembre de 2011
OCURI
El miércoles se celebraba el 35 aniversario del IPTK, la ONG para la que trabajamos. Para conmemorarlo se organizó un festival en Ocurí, el pueblo en el que nació IPTK y donde nuestros compañeros realizaban consultas de acupuntura. El IPTK había organizado 2 autobuses para que los empleados del hospital de Sucre subiesen a Ocuri, a unos meros 4800 metros de altitud.
El autobús era un guagua de los años 70 bastante deteriorado, pero en este viaje eso era parte del encanto: disfrutar y adaptarse a un nivel de vida muy por debajo de lo que occidente nos tiene acostumbrados. Íbamos 5 españoles y unos 20 bolivianos, la mayoria medicos especialistas, fisioterapeutas y otro personal sanitario del hospital.
Nos habían dicho que el viaje duraba unas 3 horas; pero eso hubiera sido en una "movilidad" decente; en el autobús venido a menos el tiempo estimado era de 6 horas. Llevábamos agua y fruta para el viaje, y muchas ganas de pasarlo bien. Ya nos habían advertido los compañeros anteriores que nos adentraríamos en la Bolivia profunda.
A los 5 km desapareció el asfalto y entramos en una pista de condiciones similares a las pistas forestales de Sierra Nevada. Subidas impresionantes, pista, asientos con los muelles flojos, ventanas que no se pueden abrir o cerrar, polvo, mucho polvo… la maravilla de la novedad y un paisaje imponente: seco, árido, duro, sin árboles, pero bello por su inmensidad.
En algunas pendientes parecía imposible que un autobús de las dimensiones y condiciones del nuestro pudiera subir, o que los frenos aguantasen la bajada. No había espacio para dos vehículos, así que también hubo que hacer maniobras para que los camiones, cargados de indígenas y mercancía, pudieran pasar. En varias ocasiones, el bus paraba sin razón alguna, quizás para darle un descanso al motor o porque el pobre motor decidía que era hora de descansar. Nadie lleva prisa, y aquí entiendes que el viaje en sí no es el medio sino la meta; como en la vida.
En varias ocasiones nos paramos para subir a grupos de indígenas que esperaban con paciencia a que pasara un vehículo dispuesto a llevarles al siguiente poblado. Parecían salir de la nada, ya que no había presencia obvia de actividad humana en la zona. El paisaje es imponente, pero no es bondadoso con la vida, aunque de vez en cuando atravesamos parcelas dedicadas al cultivo de la papa. También se vislumbran en la lejanía reses famélicas, ovejas, y cerdos; estos últimos más cercanos a sus primos los jabalíes que a los cerdos occidentales.
En el pueblo de Ravello hicimos nuestra primera y única parada, casas de adobe grisáceo, cerdos en la calle, y un restaurante donde ofrecen como menu único la ya habitual sopa de quínoa y pollo con arroz. Seguimos nuestro ascenso y llegamos a Ocuri sobre las 6 de la tarde. Es un pueblo relativamente grande, en medio de una inmensidad de roca y pasaje pardo con el que se mimetiza. Hay dos calles asfaltadas y el resto es de tierra. Las casas son de adobe rojizo con tejados de metal que simulan la “uralita” y se mantienen en su sitio gracias a piedras colocadas sobre el techo. La iglesia, el hospital, las instalaciones del IPTK y algunas casas gozan de una construcción más solida y tejados permanentes
Los habitantes del lugar y los olores en la calle nos recuerdan que el agua escasea: olores pungentes, ropas ennegrecidas, pies callosos, lindos niños con ojazos azabache y mejillas resquebrajadas por el sol y el frio se limpian los mocos con la mano o la ropa. La gente no regala sonrisas con facilidad, ni siquiera los niños; son reservados y esquivan la mirada, pero tampoco se respira un ambiente hostil; los habitantes han interiorizado la austeridad del entorno. Tampoco hay arboles para conseguir leña en las frías noches del altiplano.
En el IPTK se respira un ambiente festivo, con la ya aceptada mesura boliviana. En la casa de los españolitos el ambiente es mucho más efusivo: risas, abrazos, intercambio de anécdotas y experiencias. Entre las anécdotas de todos, los tés de Manu y las fotos panorámicas pasamos el tiempo en espera del inicio del festival.
A las 8 subimos al comedor donde ya estaban comiendo muchos de los indígenas vestidos con sus trajes tradicionales: rosas, azules, amarillos y rojos sobre blanco, extravagantes gorros y sombreros adornan sus cabezas; uno de ellos es el casco de los conquistadores adornado con coloridas plumas y adornos indígenas. A pesar de que en la sala debe de haber unas 50 personas, el ambiente es tranquilo y apenas se oyen voces… hasta que llegan los gringuitos :-).
Una vez terminada la cena nos acercamos al lugar de la fiesta, una suerte de polideportivo de paredes y tejado metálico, con grada de cemento, un escenario y un impresionante equipo de sonido. Las gradas están abarrotadas de gente. Cuando entramos, los animadores animaban sin demasiado éxito a la audiencia para que hiciese una ola con los brazos. En el piso, niños y mayores se abrían paso entre la masa de gente que escuchaba a los animadores de pie. Solo cuando llegó la hora de repartir caramelos y regalos, el público se mostró efusivo y entusiasta, y pudimos ver grandes sonrisas, casi carcajadas entre los indígenas.
Empezaron las actuaciones. El primer grupo que actuó se llamaba Cómplices del amor. Dos chicas indígenas vestidas con camisa blanca y falda corta de fuelles rosa, acompañadas de varios músicos, nos deleitaron en quechua con varias canciones de ritmo pegadizo. A lo largo de las actuaciones, varios hombres se encargaban de llenarnos los vasitos de una deliciosa bebida caliente con sabor a canela que denominaron ponche. Al preguntarle si llevaba alcohol, nos respondieron que no, que solo llevaba singani, el aguardiente local. En Bolivia, los hombres beben alcohol etílico puro; lo llaman alcohol potable.
La organización era impresionante y el IPTK está haciendo una importante labor de educación entre los campesinos. Tras las actuaciones, que terminaron sobre las 12 de la noche, la fiesta se trasladó a un salón con música en vivo para bailar.
Yo me retiré tempranito, pero los más mozos mostraron una gran solidaridad con los huéspedes y aguantaron con honra y mucho singani toda la noche: baile, estrellas, amanecer en el cementerio y demás actividades festivaleras. Empezaron a llegar a casa sobre las 7 de la mañana en diversas condiciones de intoxicación etílica, pero nada comparable a los indígenas. Cuando, sobre las 9 de la mañana, subí a toda prisa porque nos dijeron que se iba el autobús de Sucre, un grupo de 6 paisanos vestidos de blanco, ojos vidriosos y pisada insegura por el alcohol, seguían tocando una melodía cansina y repetitiva sin perder el ritmo.
viernes, 2 de septiembre de 2011
Hemos estado todos de fiesta en Ocuri!
El IPTK celebró en Ocurí su aniversario y muchos indígenas de diferentes poblaciones fueron al pueblo a bailar, beber y comer. Fue una fiesta de pueblo total: concursos, grupos de música de la zona, unos mas tradicionales que otros, y mucha animación. Los bolivianos se caracterizan por un tipo de mesura que no caracteriza a los españoles. Los españolitos dimos la nota, bailando al ritmo de las chicas gogo, con sus minifaldas rosas de fuelles, mientrasque los indigenas escuchaban sentados y bebian en silencio el ponche caliente con sangali. Niños correteando, mujeres con bebés en las espaldas, arropados en su trapo tradicional y una música que no dejaba de sonar. Fuera de la cancha, puestos de papas, gente en un continuo devenir, adolescentes de pose y algunos de los grupos de baile practicando para la actuación. Los españolitos, los gringitos como nos llaman algunos, no tuvieron reparos en unirse a la fiesta y algunos hasta aprendieron los pasos de una danza tradicional. Raquel fue la campeona del baile en las danzas tradicionales. Carolina, me cuentan, no se quedó atrás, con un ritmo tan ferviente que su pobre corazoncito le dijo en un par de ocasiones, que se lo tomase un poco mas reposada, que estaba a 4000 metros de altura.